La economía del cuidado es un concepto que, aunque ha ganado visibilidad en años recientes, sigue siendo profundamente ignorado en el diseño de políticas públicas, en los sistemas de medición económica y en la valoración social. Se refiere al conjunto de actividades necesarias para el sostenimiento de la vida, como cocinar, limpiar, cuidar a niños, personas enfermas o adultas mayores, y acompañar emocionalmente a otros. Estas tareas son esenciales para que funcione cualquier sociedad, pero históricamente han sido invisibilizadas por una razón central: no suelen estar remuneradas y, en su mayoría, son realizadas por mujeres.
Esta economía, silenciosa pero indispensable, es la base sobre la cual se edifica el resto del sistema económico. Sin embargo, los modelos tradicionales del pensamiento económico la han dejado fuera del análisis, asumiendo que el “trabajo” solo existe cuando hay intercambio monetario. Como consecuencia, millones de horas de trabajo de cuidado no son reconocidas, ni en el Producto Interno Bruto (PIB), ni en los indicadores laborales, ni en las estructuras fiscales. Esta omisión no es neutra: tiene implicaciones concretas en la desigualdad de género, la pobreza y la sostenibilidad social.
En esta guía exploraremos qué abarca exactamente la economía del cuidado, por qué ha sido históricamente invisibilizada, cuál es su valor real aunque no se contabilice, y por qué su reconocimiento y redistribución son esenciales para avanzar hacia un modelo económico más justo y equilibrado. También veremos cómo algunos países están comenzando a incorporar esta dimensión en sus políticas públicas, y qué desafíos quedan por delante.
¿Qué Incluye la Economía del Cuidado?
La economía del cuidado abarca un conjunto de actividades —remuneradas y no remuneradas— que tienen como objetivo sostener y reproducir la vida humana día a día. Aunque este tipo de trabajo se realiza en múltiples espacios, se concentra especialmente en los hogares y en sectores como el empleo doméstico, la salud, la educación y los servicios sociales.
Puede dividirse en dos grandes bloques:
- Cuidado no remunerado: tareas realizadas dentro del hogar sin pago alguno, como cocinar, lavar ropa, limpiar, cuidar niños o atender a personas mayores o enfermas. Este trabajo lo realizan principalmente mujeres, muchas veces de forma obligada o esperada socialmente.
- Cuidado remunerado: trabajo realizado por cuidadoras/es en sectores formales o informales, como enfermeras, niñeras, empleadas domésticas o asistentes de personas dependientes. Aunque hay pago, suele estar mal remunerado y desvalorizado socialmente.
Ambas formas están profundamente interconectadas, ya que muchas mujeres de clases populares que realizan trabajo de cuidado remunerado fuera de su hogar, deben dejar a sus propios hijos o familiares al cuidado de otras mujeres, reproduciendo un “círculo de cuidados” marcado por la desigualdad.
La economía del cuidado, entonces, es el cimiento silencioso que permite que el resto de la economía funcione. Sin estas tareas, no sería posible que millones de personas salieran a trabajar, estudiaran o produjeran bienes. A pesar de ello, sigue fuera del radar de los grandes análisis económicos.
¿Por Qué Es Invisible en la Economía Tradicional?
La invisibilidad de la economía del cuidado no es casual ni reciente. Responde a una tradición del pensamiento económico que ha separado lo “productivo” de lo “reproductivo”, privilegiando lo que genera ingresos monetarios y relegando lo que sostiene la vida cotidiana.
Algunas razones clave de esta invisibilización son:
- No se contabiliza en el PIB: el trabajo doméstico no remunerado no entra en los cálculos del Producto Interno Bruto, a pesar de su valor real.
- Se considera “natural”: se asume que las mujeres cuidan por amor o instinto, y no por elección o esfuerzo. Esto deslegitima su valor como trabajo.
- Está vinculado al espacio privado: al realizarse dentro del hogar, escapa del control y reconocimiento del Estado y del mercado.
- Es feminizado y desvalorizado: las tareas de cuidado, al estar asociadas a lo femenino, han sido históricamente consideradas como “menores” o poco técnicas.
Este sesgo tiene implicancias profundas. Al no considerarse como trabajo, las personas que cuidan no acceden a derechos laborales, jubilación o reconocimiento social. Además, la carga de cuidado limita el tiempo disponible para otras actividades, como estudiar, trabajar fuera del hogar o participar políticamente.
El Valor Económico Real del Trabajo de Cuidado
Si bien no se contabiliza oficialmente, diversos estudios han intentado estimar cuánto valdría el trabajo de cuidado no remunerado si se pagara. Los resultados son sorprendentes.
Según ONU Mujeres y la CEPAL, el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado representa entre el 15% y el 27% del PIB en varios países de América Latina, dependiendo de cómo se valore (por hora de salario mínimo, por mercado, etc.). Es decir, supera incluso a sectores como la industria o la agricultura.
En países como México, por ejemplo, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) ha desarrollado una Cuenta Satélite del Trabajo No Remunerado, que estima que el cuidado representa cerca del 23% del PIB ampliado. Más del 75% de ese valor es generado por mujeres.
Estos datos evidencian que el sistema económico está apoyado sobre una base de trabajo gratuito que no se reconoce ni se redistribuye. Este desequilibrio perpetúa desigualdades y limita el desarrollo personal y profesional de quienes asumen esa carga de forma exclusiva.
Impacto en la Desigualdad de Género
La economía del cuidado está en el centro de las desigualdades de género. Las mujeres dedican, en promedio, entre el doble y el triple de tiempo que los hombres a tareas de cuidado no remuneradas. Esto tiene múltiples consecuencias:
- Limitación en el acceso al empleo: muchas mujeres no pueden aceptar trabajos formales debido a su carga doméstica.
- Segmentación laboral: tienden a trabajar en sectores de tiempo parcial, informales o mal pagados, que les permiten “compatibilizar” con el cuidado.
- Brecha salarial: la menor experiencia laboral acumulada y los recortes de jornada generan ingresos más bajos.
- Pobreza en la vejez: al no haber cotizado en sistemas previsionales, muchas mujeres mayores quedan sin pensión.
Redistribuir el cuidado —entre géneros, generaciones, Estado y mercado— es clave para avanzar en igualdad real. No se trata solo de “ayudar” en casa, sino de reconocer que cuidar es una responsabilidad colectiva, no una tarea femenina.
¿Cómo Se Puede Hacer Visible Esta Economía?
Lograr que la economía del cuidado sea reconocida, medida y valorizada requiere acciones concretas a nivel institucional, cultural y político. Algunas estrategias incluyen:
- Medición estadística: incluir encuestas de uso del tiempo en los censos y desarrollar cuentas satélite del trabajo no remunerado.
- Presupuestos públicos con enfoque de género: asignar recursos a servicios de cuidado, educación infantil, salud comunitaria y apoyo a cuidadores.
- Licencias parentales igualitarias: que permitan a hombres y mujeres compartir las responsabilidades desde el nacimiento de los hijos.
- Campañas culturales: que visibilicen el valor del cuidado y promuevan una masculinidad corresponsable.
- Regulación laboral: garantizar derechos a trabajadoras del hogar y cuidadoras formales, con salarios dignos y seguridad social.
En muchos países, esta agenda ha comenzado a avanzar. Uruguay, por ejemplo, ha creado un Sistema Nacional de Cuidados que busca integrar políticas públicas, formación y servicios accesibles. España, México y Argentina también han dado pasos importantes hacia el reconocimiento del cuidado como pilar del bienestar social.
Conclusión
La economía del cuidado es el corazón invisible de nuestras sociedades. Sin ella, no existiría el resto de la economía. Sin embargo, su invisibilización ha permitido que funcione en base a la sobrecarga, la desigualdad y la injusticia estructural.
Reconocer, redistribuir y revalorizar el trabajo de cuidado no es solo una cuestión de equidad de género. Es una condición para que el desarrollo sea realmente inclusivo y sostenible. Cuidar no es un asunto privado, ni una elección individual. Es una necesidad colectiva que debe ser abordada desde el Estado, el mercado y la comunidad.
Integrar esta dimensión en el análisis económico, en la planificación presupuestaria y en la política social es dar un paso hacia una sociedad que valora lo que realmente importa: la vida. Porque al final del día, ninguna economía prospera si no hay quien sostenga a quienes la hacen posible.
Preguntas Frecuentes
¿Qué diferencia hay entre trabajo de cuidado remunerado y no remunerado?
El primero se paga (por ejemplo, una enfermera o niñera); el segundo se realiza sin salario dentro del hogar, principalmente por mujeres.
¿Por qué no se cuenta este trabajo en el PIB?
Porque el PIB solo contabiliza transacciones monetarias. El trabajo no remunerado, aunque valioso, queda fuera por definición técnica.
¿Qué países están avanzando en visibilizar la economía del cuidado?
Uruguay, México, España, Argentina y Chile han implementado encuestas de uso del tiempo, sistemas de cuidados y reformas legislativas.
¿Qué puedo hacer como individuo para cambiar esta realidad?
Reconocer el valor del cuidado, compartirlo equitativamente en casa, exigir políticas públicas de corresponsabilidad y apoyar a quienes cuidan.